Hace tres años, el soldado inglés Craig Lundberg se encontraba de patrullaje en Basora, Irak, junto al segundo batallón Duke of Lancaster. Quiso el destino que en esa misión se viera alcanzado por las esquirlas de una granada y resultara privado de su vista.
Cuando ya se había resignado a pasar el resto de su vida en oscuridad, el Ministerio de Defensa británico lo seleccionó para participar de un experimento que en cierto modo le devolverá la vista… a través de su lengua.
Estoy consciente de que el título de este artículo sugiere que a Lundberg prácticamente le implantaron un ojo en la punta de la lengua y evidentemente esto no es así, pero el resultado no se aleja mucho. Verán, la magia de este experimento radica en un dispositivo de última generación llamado Brainport, consistente en una cámara que traduce las imágenes a estímulos eléctricos, los cuales llegan a la lengua del soldado mediante un electrodo inserto en la boca.
El electrodo actualmente tiene 400 puntos de contacto, pero ya se está trabajando en un prototipo con 4.000 puntos que ofrece mayor calidad de “imagen”. Cuesta 18.000 libras esterlinas entre fabricarlo y capacitar al receptor, y en este sentido Lundberg está en proceso de aprender a interpretar los pequeños toques eléctricos para entender qué imagen le está mandando la cámara. Según dicen, se siente como tener caramelos betazeta peta zeta en la boca, o tocar el electrodo de una pila con la lengua.
El primer pensamiento que me asaltó al leer esta noticia fue que debe ser sumamente ineficiente procesar de manera racional el toque eléctrico en la lengua para entender qué nos quiere decir el Brainport, en contraposición a la interpretación de la vista que es inmediata y no requiere procesamiento racional. Luego reflexioné al respecto y concluí que, en realidad, pasamos los primeros meses de nuestra vida aprendiendo a usar los ojos tal como Lundberg hoy usa su lengua. De hecho, las personas que nacen ciegas y recuperan la vista a través de una operación, deben someterse a largas terapias de rehabilitación sólo para entender qué es lo que están viendo o cómo discriminar los estímulos visuales. Lo que damos por hecho en realidad es un largo aprendizaje, y el cerebro de Lundberg eventualmente -con las limitaciones inherentes al Brainport- aprenderá a entender el estímulo eléctrico sin racionalizarlo.
Aunque suene utilitarista lo que voy a decir, siempre he pensado que el cuerpo es a su manera como un computador. En este caso, las conexiones nerviosas que envían estímulos al cerebro son un puerto USB. La ciencia de a poco va aprendiendo a conectar dispositivos artificiales a estos puertos biológicos y, con el tiempo, aparatos como el Brainport podrán, conectarse directamente al nervio óptico e imitar la forma del órgano original, operar en pares para otorgar la medición de profundidad, y tal vez añadir funciones que nuestros ojos no tienen, como la realidad aumentada.
Lo que hace 30 años eran las aventuras ficticias del Coronel Steve Austin, hoy es la realidad menos espectacular pero completamente tangible del Lance Corporal Craig Lundberg.
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